Nueva Zelanda hizo de su Archipiélago de Tokelau, el décimo primer Santuario de Ballenas en el Océano Pacífico del Sur. Los tres atolones coralinos aislados, entre los que se extiende un área de tierra de sólo 12 kilómetros cuadrados, tendrán sus alrededores, es decir 290.000 kilómetros cuadrados, proscritos para la caza de ballenas.
Este país ingresó al club de los protectores de ballenas hace poco. Tanto como Australia, Nueva Zelanda esta decidida a prohibir toda cacería de ballenas en sus aguas territoriales. Al gobierno neozelandés le irrita particularmente las actividades de los cazadores japoneses, que siguen operando en la Zona Antártica del Oceáno Pacífico y sobre todo en el sector neozelandés.
A nivel mundial sólo quedan tres países que insisten en cazar ballenas: Japón, Noruega e Islandia. La presión de la comunidad internacional y en especial de EE. UU., Gran Bretaña, Australia y Nueva Zelanda sobre ellos, no ha sido definitivamente exitosa.
Noruega no acepta las reglas establecidas por la Convención Internacional de 1986, que prohíbe matar ballenas si no es para fines científicos, y que fue firmada por 88 países. Islandia cambió de postura varias veces desde que se adhirió a dicha convención. Ahora argumenta que los cetáceos comen demasiado arenque, privando a los islandeses de su producto principal de alimentación y comercio. Pero en realidad, el consumo de arenque por parte del centenar de ballenas que llegan ahí no pone en peligro a la especie.
Japón cazó 507 ballenas en la Antártida tan sólo en el año 2009, aunque esta cifra es un 40% menor a las que habían previsto, debido a las obstrucciones del grupo ecologista Sea Shepherd Conservation Society. Los japoneses no se opusieron a la Convención y siguen rompiendo la veda amparándose en las cláusulas que permiten “realizar investigaciones sobre ballenas con posible fallecimiento”. Insisten en que la carne de ballena siempre ha estado presente en los platillos típicos de su gastronomía y aducen que en toda su historia han exterminado menos cetáceos que los europeos en los últimos 200 años.
En realidad, en las décadas pasadas los japoneses mantuvieron un comercio furtivo internacional de los productos de esa caza supuestamente legal. Esta semana, los vigilantes estadounidenses lograron probar la existencia de este mercado illícito, tras analizar las pruebas de carne de restaurantes coreanos que tenían en su menú platos de ballena. La existencia de un registro de ADN de ballenas, una tecnología recién adoptada para rastrear el comercio mundial de esos productos, facilitó la detección de la carne de procedencia japonesa.
Con estas pruebas científicas, la administración estadounidense considera sancionar económicamente a Japón y promete endurecer la presión a nivel gubernamental sobre el mismo, hasta lograr que dejen de cazar ballenas. Se espera además que el apoyo que EE.UU. presta a las arriesgadas e incluso furtivas acciones de los grupos ecologistas como el Sea Shepherd sea más abierto a partir de ahora.
De todos modos, la lucha contra la caza de cetáceos se acerca a su momento crucial, la batalla la encabeza la Comisión Internacional Ballenera, integrada por 88 países y presidida por el chileno Cristián Maquieira.
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